En diciembre de 2001, decenas de miles de personas, enfurecidas por el fabuloso éxito del neoliberalismo en la Argentina, llegaron al Congreso y, requetelocas de la bronca, subieron la escalinata, tiraron la puerta abajo y rompieron todo lo que había adentro. Una semana después, hicieron mierda la fachada de la Casa Rosada y, si no lograron entrar, fue porque las balas llegaron antes.
Lo cómico/bizarro/patético/siniestro del asunto es la «enseñanza» que quedó materializada: las vallas, puestas de urgencia por el gobierno frente a ambos edificios, quedaron para siempre. Casi diez años más tarde, llegó el momento de disimularlas, de adecentarlas, transformándolas en sobrias pero sólidas rejas.
Van a pasar los años y cada vez menos gente va a saber que estas rejas fueron el resultado del miedo loco de la clase dominante al descontrol de las masas explotadas.
Ah, pero siempre habrá unos pocos idealistas que no acepten esta clase de enseñanzas.
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