No, no es una denuncia de narcotráfico en las más altas esferas. Es que ayer dejé mis ajetreantes obligaciones diarias y caminé quince cuadras para ver qué tal una jornada que se llamó «La necesidad de un debate nacional de drogas» en la cámara de diputados de acá, de Uruguay. La cosa pintaba bien porque la propaganda de la actividad me había llegado a través de Prolegal, una ONG que milita por la despenalización. Bueno, efectivamente la jornada estuvo buena. Más allá de los cafecitos gratis, quiero decir. Llegué a las once y media y, hasta las cinco y pico de la tarde, presencié tres mesas con gente bastante variada, desde el sociólogo Rafael Bayce hasta el director de la Junta Nacional de Drogas, pasando por algunos periodistas y legisladores de casi todos los partidos. La verdad es que no me esperaba que hubiera un acuerdo tan grande entre todos (sí, todos) los oradores sobre la necesidad de despenalizar. Bayce, el más audaz de todos, se enfervorizó en pos de la despenalización absoluta de toda la cadena productiva de todas las drogas. Un diputado del Frente Amplio, que se declaró consumidor de marihuana, habló de un boceto de proyecto para crear un instituto del cannabis, que sería algo así como el Instituto del Vino y que regularía la producción, controlando la calidad, el precio y la disponibilidad. Un diputado del Partido Independiente, que en algún momento de la charla dijo que la única certeza que tenía era que Dios existe, afirmó sin embargo que prohibir la marihuana porque hace mal a los pulmones o a lo que sea, era lo mismo que prohibir el churrasco porque trae colesterol. Tanto el director de la Junta Nacional de Drogas como los mismos periodistas maldijeron a la prensa por su discurso simplista sobre la pasta base. ¡Hasta el mismo hijo de Lacalle tiene redactado un proyecto de ley sobre despenalización del autocultivo! Todos señalaron la contradicción perversa de que no es delito consumir la sustancia pero sí es delito comprarla, y se manifestaron a favor de suprimir ese doble vínculo legal. Todos, también, indicaron la diferencia entre el consumo ocasional, recreacional, y el consumo problemático y la adicción. Ninguno presentó a las drogas como causa de delitos.
Por si fuera poco, estuvo el cafecito de los intervalos. Pero no sólo eso. Se siente agradable entrar a la legislatura así como así, vestido como un croto, preguntar a los guardias sobre la charla de drogas, y que nadie te trate mal. Había muchos pibes con remeritas canábicas y todo bien con ellos también. Había entre el público, eso sí, bastante gente de comunidades terapéuticas que venía con otras ideas, y que hicieron sentir su postura en los comentarios. Estaban casi que indignados por la unanimidad de la opinion anti-prohibicionista de los paneles. Decían que los legisladores no saben nada de lo que es el problema de la droga. Se indignaban ante los chistes de los conferencistas y ponían cara de horror. Con rabia, decían que el gobierno no da ni dos pesos para el tratamiento de las adicciones (bueno, acá me la juego a que tienen razón). Añoraban las viejas épocas en que la juventud se volcaba al deporte. Se escandalizaban de que, si se despenaliza el autocultivo, un niño de diez años pueda ver una planta de cannabis en su casa (parece que ver plantas genera daño psíquico). Y, como profetizadores del apocalipsis, decían que si se despenaliza la marihuana, al final se van a terminar despenalizando todas las drogas más terribles, porque, a fin de cuentas, ¿qué diferencia hay? (Sí, muchachos, han dado en el clavo, a veces ustedes defienden nuestros argumentos mejor que nosotros).
Pero bueno, lo repito: gente de muchos organismos del Estado y de todos los partidos políticos está pensando seriamente en un camino hacia la liberalización de las drogas. Por supuesto, muchos dijeron que no es sólo cuestión de voluntad sino que hay tratados internacionales e instituciones del poder global que presionan en contra, y que, por lo tanto, hay que ser cautos, ir de a poco, bla bla bla. A mí me parece que, una vez que la voluntad está, el punto fundamental es el discurso que se construye para encarar las reformas. Tiene que ser un discurso en favor de las libertades pero que no deje afuera a los veteranos de las comunidades terapéuticas. Hay que decirles a estos veteranos que toda la plata que se ahorre en milicos y jueces la vamos a usar para promover la salud, para tratar a los pibes adictos. Hay que dar guita para estos tratamientos. Hay que presentar a los pibes adictos a la pasta base como víctimas a las cuales hay que ayudar y no como chorros. Pero hay que instalar muy fuerte, también, la idea de que droga no es sinónimo de adicción. Y hay que mostrar una y otra y otra vez el desastre que trajeron todas las políticas de guerra contra las drogas, mostrar cómo esas políticas trajeron más corrupción, más inseguridad, más muertos. Mostrar que despenalizar no es estar a favor de las drogas, sino en contra de la dominación extranjera, de la mafia y de la persecución policial.
Estoy seguro de que ese discurso va a ser efectivo (una veterana al lado mío se quedó re-contenta con todo lo que había aprendido en las charlas y cómo le habían «abierto la cabeza»). La gente está bien dispuesta a nuevos discursos, a nuevas ideas. Después de ver cómo en Argentina, en base a una campaña discursiva inteligentísima, la gente cambió de opinión de forma tan increíble sobre el derecho de los gays a casarse, yo creo que esto también se puede.
PD: El premio al chiste de la jornada se lo llevó el diputado del Frente que dijo que, si le ponían de un lado las piedras de marihuana que se venden hoy en día, y del otro, un cogollo de una plantita hogareña, iba al cogollo como el pulpo Paul.
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