«La voz no es una parte orgánica del cuerpo humano… sale de algún sitio de tu cuerpo… es como si una fuerza extraña se apoderara de nosotros»
Esa frase recordé ayer, mientras iba a hacer mandados, cuando oí desde la calle a mi vecina Irma que retaba a su hija chiquita, y a su hija que le contestaba en tono feo, y a mi vecina Irma que la volvía a reprender, que la acusaba de no ser ordenada pero también le explicaba cómo ser ordenada pero a la vez se quejaba de que fuera tan desordenada pero simultáneamente se resignaba a que sea desordenada.
Lo que me llamó la atención no fue lo que decían madre e hija, ni las razones que cada una tuviera dentro de la discusión, ni la naturaleza de la relación entre ambas.
Lo bizarro era que esa voz, la voz de Irma, no era en verdad la voz de Irma. Era la voz que ya había oído muchísimas veces en circunstancias similares. Esa voz, la voz física de Irma, ese hilo de sonidos tan particular que envolvía una entonación y un ritmo y un timbre y una prosodia peculiares y específicos, era algo que venía de otro lado. Esa voz quejumbrosa, aguda y penetrante, estereotipada y, si se quiere, en gran medida aterradora, esa voz preexistía a Irma y había encontrado el cuerpo de Irma para manifestarse, era una voz que poseía a Irma y que se decía a través de ella, a pesar de Irma.
«La voz flota tranquilamente, como una presencia traumática… Nos confrontamos a la terrorífica dimensión del objeto parcial autónomo… la cuestión es cómo deshacerse de esta dimensión horrible de la voz”.
La voz de Irma está en todas partes, flotando, como el Mal en las películas de David Lynch. Y el problema es que no es solo la voz de Irma. Hay otras voces flotando:
PD: los extractos son del bueno de Slavoj.
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