Hay cosas en este mundo que, sencillamente, me pierdo.
El otro día leía en Internet que Cristina había elegido a su candidato a vicepresidente, Amado Boudou. Para saber más acerca de este hombre, llegué a un artículo que, entre distintos datos biográficos, mencionaba que «como estudiante de economía en la Universidad de Mar del Plata militó en la Upau, el brazo gremial universitario de la Ucede de Alvaro y María Julia Alsogaray. Ya recibido, hizo un master en Economía en el CEMA, usina de formación de los estrategas principales de la política económica del menemismo».
El propósito de este post, sin embargo, no es discutir sobre el devenir ideológico de Boudou, sino que trata de algo más personal, una inquietud que desde hace tiempo me carcome, un quiste existencial que tiene que ver con el término militancia y cuya fecha de inicio se remonta a mi entrada en conocimiento de dos organizaciones bien concretas: los Jóvenes Blancos y los Jóvenes PRO.
Los Jóvenes Blancos y los Jóvenes PRO son lo que sus nombres indican: la juventud del Partido Nacional uruguayo y del PRO argentino. Dicho de otra forma, son la militancia fresca de los partidos neoliberales rioplatenses. Dicho de otra forma, son lo imposible.
No es que no me entre en la cabeza que alguien pueda militar a la derecha. Por el contrario, entiendo (y me parecen completamente naturales) las militancias de jóvenes fascistas o neonazis. Hay algo en esos movimientos, una idea mayor, una causa, una fuerza estética, que es capaz de mover a la militancia con toda legitimidad. Los nazis serán espantosos, pero son entendibles.
Lo que me resulta misterioso, incomprensible, inefable, es la militancia neoliberal. Y me resulta inefable justamente porque todos sabemos que el mejor militante neoliberal es el no militante. El ideal absoluto del neoliberalismo es la apatía política perfecta, la indiferencia radical hacia toda forma de participación social y política.
Por decirlo de otra manera, la Ucede de Amado se habría beneficiado mucho más de Amado si Amado no hubiera militado en ella. (Aquí es donde comienzo a pensar que Amado quizás ya era un revolucionario, quien, sabiendo esto, comenzó a militar en la Ucedé para destruirla desde sus propias entrañas).
Lo mismo pasa con los Jóvenes Blancos y los Jóvenes PRO, pibes que, a pesar de esforzarse por repetir consignas estremecedoramente banales y paradójicas, no entienden que, así y todo, lo mejor que pueden hacer por el neoliberalismo es dedicarse a otra cosa. Ver cine en 3D, leer a Chopra, comprarse un iphone… lo que sea.
Pero lo verdaderamente misterioso, lo que me inquieta y algunas noches me despierta estremecido, no es la mera paradoja política, sino las inescrutables razones psicológicas de estos pibes: el por qué, por qué, POR QUÉ, estos pibes militan.
Si no hay ahí nada, si no hay ahí ninguna utopía ni idea ni visión ni voluntad que pueda entusiasmar o mover mínimamente a una marmota, cómo es que hay, entonces, en algún lugar del mundo, decenas o quizás cientos de pibes que se reúnen en torno a eso y se sacan fotos y reparten boletas y hablan, y hasta quizás (pero esto ya va más allá de mi inteligencia) creen en algo, y buscan algo, y sueñan con algo, y desean algo. Algo que sus formaciones escolares tal vez no les permite formular, algo que sus acentos cool quizás no les deja enfatizar, algo que de cualquier modo no puede ser, en ningún caso, las consignas de sus partidos neoliberales.
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