Cuando tengas muchas ideas en la cabeza y todas las ideas estén relacionadas entre sí, aunque en distinta medida unas con otras y de una manera no demasiado definida ni clara, porque al final de cuentas no siempre es fácil acertar al tipo de relación que tienen unas ideas con otras y, por otra parte, muchas veces de lo único que se trata el relacionamiento es de un mero asunto gramatical, es decir, de si en determinado lugar es preferible un «y», un «o», un «si» o un «pero»; cuando te suceda que tenés todas estas ideas y que cada una de estas ideas corre por separado y que todas empujan por ser dichas y no sabés qué hacer porque no te gusta escribir mal las cosas (no se trata de un asunto de vanidad, sino de mera angustia por la dificultad que te trae no poder comunicarte) pero tampoco te gusta dejar de escribirlas; cuando te suceda esto y te amargues y comiences a odiar a todos los que te rodean, no te preocupes.
Escribí cada idea por separado, escribila de un tirón y sin comas, escribila como si estuvieras persiguiendo a una cucaracha y quisieras matarla lo antes posible y no pudieras pensar en otra cosa hasta hacerlo, escribila así y liquidala con un tremendo punto y aparte. Luego, después de una gigantesca sangría, estampá la idea siguiente y no te esfuerces por que tenga relación con la idea anterior. Vos ya sabés que están relacionadas. No intentes ningún «por lo tanto», ningún «si así fuera», ningún «de todos modos». Dejá caer la idea nueva. Y dejá caer la siguiente y la siguiente.
Si alguna vez tuvo sentido lo que querías decir, si alguna vez esas ideas fueron rústicas y austeras y valientes, entonces van a ser ellas, las ideas mismas, ya fijadas en el papel o en la pantalla, las que se atraigan solas, las que se reúnan y griten la millonésima parte de una gran verdad.
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