Hace un par de semanas se murió Galubaya. Es raro, pero nunca supe qué significaba Galubaya hasta el día que se murió. Ahora sé que significa azul, en ruso. Algo con los rusos debían tener los del criadero, porque el apellido de la perra era Red Star.
La estrella roja es el símbolo (uno de los símbolos) del comunismo. Mi abuela y mi abuelo eran comunistas. Una era argentina, hija de rusos. El otro, polaco. Los dos eran judíos.
Mis abuelos se conocieron en una reunión del Partido Comunista. En una foto vieja que mamá encontró en un baúl hace pocos años, mi abuelo está trepado a un monumento, junto a tres compañeros, con el brazo en alto y el puño cerrado. El paisaje es de sierras.
En otra foto está mi abuelo más joven, en un puerto, del brazo de una mujer con sombrero que no es mi abuela. Mi abuelo usa una musculosa negra.
Mi abuelo llegó de Polonia a fines de la década del ’20. Viajó con varios hermanos, pero otros hermanos, sus padres y primos quedaron allá.
Hace poco busqué su apellido, Pocztaruk, en un sitio web que es el archivo del Holocausto. Al menos 3 decenas de Pocztaruk de su ciudad, Biala Podlaska, fueron asesinados en 1942. El nombre de una mujer coincide con el de la abuela de mamá.
Mamá dice que es imposible. Que el abuelo le contó que sus padres habían muerto de viejos. Que hablaba poco de la familia en Polonia, pero que cuando lo hacía, jamás se ponía triste ni dejaba entrever una tragedia oculta.
Sea como fuere, muchos Pocztaruk murieron. Biala Podlaska fue arrasada. De 6000 judíos, quedaron 300. Lo mejor que pudo haberles pasado a mis bisabuelos es morir antes de la ocupación alemana.
La militancia comunista de mis abuelos también es muy difícil de reconstruir. Mamá dice que solamente hablaban de política para insultar a los peronistas. Dice, además, que todos los hijos tenían prohibido contar esas conversaciones cuando salían de la casa.
Cuando mamá era chica, mis abuelos ya no militaban en el partido comunista ni en ningún otro lado. Mi abuelo hacía pisos de parqué. Mi abuela atendía un almacén.
Mi abuelo murió cuando yo tenía 9 años. Jamás me habló de nada que hoy yo pueda asociar a la política o a ideas comunistas. En cambio, me enseñó una cantidad extraordinaria de juegos de cartas.
A los 5 años, jugaba con él a más juegos de los que ahora sé nombrar. Me enseñó el truco, la canasta, el poker, el black jack y, sobre todo, otros muchos juegos con baraja inglesa a los que él se refería con nombres de números de dos cifras y que jamás volví a oír.
Con excepción del truco, dejé de jugar a las cartas cuando se murió mi abuelo. Sin embargo, veinte años después un amigo me contó que se podía ganar dinero con el poker.
Jugar al poker por Internet no es lo más satisfactorio que puede hacer uno para comer. Pero tampoco está mal. Lo hice durante cuatro años. Me gustaba leer los libros de teoría de Sklansky. Me gustaba entender el juego. Me gustaba ganar plata sin trabajar. Me gustaba no entender por qué había gente que se dejaba explotar cuando era tan fácil jugar a las cartas.
Yo jugaba 4000 manos de poker por día. En la vida, debo haber jugado más de 2 millones de manos. Si hay algo a lo que el poker por Internet te enfrenta cuando jugás en los volúmenes que jugaba yo, es al vacío. El mismo vacío que hay en cualquier otra actividad humana, pero visto de frente. Lo interesante del poker es que todo es transparente y no hay confusiones.
Durante esos cuatro años, jamás asocié al poker con mi abuelo.
Ahora, ay, hago algo parecido a trabajar.
Con una salvedad: el trabajo no está demasiado mal. Puedo decir que a veces creo en lo que hago.
Ahora, también, participo en política. Tampoco está mal. Lo que hago no tiene nada que ver con pasillos oscuros ni con discusiones interminables ni con paredes mohosas ni con el Partido Comunista. Mi militancia es alegre y colorida. La gente con la que milito no es mezquina ni está pensando en sacar ventajas de algún cargo subalterno. Es gente que simplemente cree que para lograr cambios hay que juntarse y actuar.
Hay algo en mi vida actual que se parece quizás a una decisión, o al menos a la aceptación de un recorrido, de una dirección, de un mínimo impulso en algún sentido.
Algo que, sin embargo, me resulta infinitamente triste. En mi situación, caigo sin querer en una total y absoluta falta de comunicación con muchas personas que quiero.
Personas a las que nada puede resultar más aburrido que mis cosas: los andamiajes de la izquierda uruguaya, las colectas para causas feministas, los cursos de gestión cultural, los artículos leguleyos en contra del copyright y las minucias soporíferas de una vida de pareja estable.
Personas que están embarcadas en estupideces radicalmente distintas e incompatibles con las mías, pero curiosamente análogas.
Personas que, como yo, no podrían dar cuenta de sus elecciones ni mucho menos del hastío que les provoca todo lo que cae por fuera de ellas.
El tema de fondo, creo, es qué puede tener que ver una ciudad judía arrasada (o cualquier historia equivalente) con cualquiera de nosotros. Qué relación puede haber entre jugar a las cartas con el abuelo y las 4 mil manos por día que vienen después. O entre Galubaya y Biala Podlaska. O entre los cursos de gestión cultural y cualquier forma de espiritualidad. Todos nos hacemos estas preguntas, cada uno a su manera, de vez en cuando.
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