A Werther lo podemos leer como lo leyeron los adolescentes románticos que se compenetraron, se exaltaron y se suicidaron a fines del siglo dieciocho. Podemos, al menos, intentar leerlo así, de la misma manera en que ahora nos entregamos a una canción romántica, no importa si es un bolero, una cumbia o algo más bien pop. Lo importante es que podemos aproximarnos a Werther identificándonos con él: viviendo y sintiendo como él, con él, a través de él.
O no. Podemos por el contrario decidir que antes de dejarnos vivir en Werther, antes de sufrir lo que él sufrió, vamos a exigirle que pase ciertas pruebas de valor, de autoconciencia, de sensatez. Pruebas que obviamente Werther no está en condiciones de pasar, porque todos sabemos que es un pedante que se la da de artista, que es un pesado que le rompe las pelotas a Guillermo, un cursi que dice cosas como «sin el amor, ¿qué sería el mundo para nuestro corazón?». Está clara la operación: consiste en tomar distancia del héroe. Solamente si elegimos no entregarnos, podemos juzgar tan duramente a Werther. Y si bien hoy, después de doscientos cincuenta años, es fácil sentirse ajeno y burlarse y despreciar a Werther, habría que ver si pisaríamos tan firme haciendo lo mismo con gente como Raskolnikov o como Erdosain. Después de todo, habría una larga lista de héroes de novela de quienes uno podría terminar diciendo: «Pucha, qué manera de hacerse mala sangre».
Es decir que por un lado todo texto necesita que uno se entregue, pero por otro lado también uno necesita que de alguna manera esa entrega sea justificada, no sentirse un estúpido al dejarse llevar por la experiencia de la lectura. Con Updike, con Kerouac, con el Salinger tardío, cuesta dejarse llevar. Con Arlt o con Bukowski, podemos hacerlo más tranquilos. Tiene que haber algo que a uno le parezca bien, algo que uno juzgue valioso, enriquecedor.
Pero creo que hay una tercera posibilidad. La primera es leer en el nivel de la identificación. La segunda, aplicarle al héroe el examen de algunas pruebas éticas y psicológicas. El tercer nivel es el abordaje puramente metafísico. Los tópicos que plantea Werther, la manera en que esos tópicos están desarrollados, la resolución más o menos clásica de esos tópicos, brindan una visión, una forma posible de entender la estructura de la realidad. Es como si uno dijera: «El tema en Werther es el amor total e imposible. No importa por qué es imposible ese amor, si es porque Werther es un pelotudo, por las forradas de Carlota o por lo rancio del entorno social alemán del mil setecientos. Lo que importa es qué implica a nivel metafísico un amor de esas características, un amor que, abordado de esta manera, presenta alternativas tales como el suicidio, la resignación, la melancolía, el asesinato, la espera eterna, la búsqueda infructuosa de un sustituto, u otras categorías que a su vez tienen múltiples ramificaciones posibles.»
La ventaja de esta tercera posibilidad es que permite leer cualquier obra o manifestación cultural, por más sofisticada o trucha que sea, de una manera más o menos provechosa. Una canción de Raphael puede ser pensada al mismo nivel que Macbeth sin que ninguna de las dos salga herida. Alguien que usó mucho esta estrategia en sus ensayos fue Borges, prestando atención a los tópicos y a los procedimientos que había en objetos culturales de la más diversa calaña, desde el juego del truco hasta la Divina Comedia.
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