Ya van varias veces que siento vergüenza retrospectiva al revisar mails que mandé hace unos diez o quince años. En esos mails, que a veces iban a gente íntima pero a veces a gente de menos confianza y, con demasiada frecuencia, a cadenas indiscriminadas de veinte o treinta contactos, hablaba de vacaciones o mudanzas o desgracias amorosas con la afectación de quien se reivindica como poeta sin tener la habilidad ni la intuición de un poeta. Apilaba adjetivos y adverbios tristes, tiempos verbales en desuso y juegos de palabras obvios, en mensajes llenos de unas ganas bárbaras de ser reconocido pero flojos a la hora de decir lo que quería decir.
El mismo problema de los mails lo tenía con los cuentos y poesías que escribía en esa época, y también con las novelas auto o semiautobiográficas que empezaba casi todos los días.
La frecuencia y la intensidad con la que mis amigos y conocidos me consideraron un estúpido no la conozco, pero queda constancia de que esa percepción existió en varios mails donde mis interlocutores me preguntaban si estaba naciendo todo un poeta o si había fumado algo.
La solución, creo, llegó, tarde, cuando empecé este blog. Primero que nada, con este blog me liberé del mandato anterior de escribir Literatura con mayúscula. No por nada el primer nombre del blog fue “Papelitos”: tenía la necesidad de escribir cosas chicas, ideas sueltas, más en la forma de un diario o de un cuaderno de notas que en la de cualquier producto seriamente literario. Así, el tono afectado disminuyó, la obsesión de empezar una novela por día se fue aplacando y, ya sin tanta presión, pude despejar la imaginación y la prosa.
Creo que la manera en que una persona puede quedarse tranquila de que diez años después no va a sentir vergüenza de lo que acaba de escribir es asegurándose de que está usando el lenguaje para comunicar y no para mostrarse.
En mi caso, de los seis hasta los doce o trece años tengo cuentos y cartas irreprochables. A los catorce o quince empieza una pendiente de egolatría que llega hasta los veintiséis o veintisiete. Después, paulatinamente y no sin recaídas, la situación mejoró. Y hoy creo que de nuevo puedo estar tranquilo de que lo que escribo no me va a dar vergüenza dentro de unos años. Lo que tengo para decir lo digo, sin manierismos, y lo trivial me lo callo.
Probablemente lo más rescatable de mi “época oscura” sea la tesina de grado, en la que, si bien el tema (Horacio Quiroga) y el método (psicoanalítico) apuntaban a lo patético, las ganas de sacarme una buena nota me forzaron a ser preciso. El resultado fue una fábula freudiana sencilla y hasta obvia sobre la literatura como vehículo y al mismo tiempo puente de salvación de una personalidad (la de Horacio Quiroga) trastornada por traumas infantiles.
Este blog nunca tuvo un tema ni un tono estable. Muchas veces vi eso como una falla, pero es también lo que permitió que dure ya casi ocho años y pueda durar tranquilamente toda la vida. Como no hay nada que lo cierre, puede ir a cualquier lado. Hay, sí, un eje, que es la pregunta que me hice para arrancar a escribir y que no se puede responder. Qué quiere decir esa pregunta es algo que va cambiando. Seguramente al principio el sentido estuvo dado por la necesidad que ya comenté de liberarme del mandato de la Literatura. Al mismo tiempo, tiene mucho de psicoanálisis: es el psicoanálisis el que dice que lo que aparenta ser lo más banal, lo más superficial, es en realidad lo más importante. Y también la pregunta se puede volver a plantear a medida que las lecturas cambian y a medida que me involucro en la militancia política. En cualquier situación complicada puedo pararme y decir: ojo, que estás prestando atención a un lugar equivocado y la verdad pasa por otro lado.
Y puedo pasar mucho tiempo sin publicar pero el blog no deja de estar a mano cuando aparece una idea.
Siempre tengo la fantasía de que llega un momento en que recopilo los mejores posts y los publico en un volumen aparte. Pero siempre me repongo de esa fantasía, le gano, y admito que el blog es pequeño, autosuficiente, y que su función y su forma es cambiante, inacabada, el reverso de un libro por el respeto que reclama y por el modo en que se lo lee.
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