Racismo y educación pública en Sarmiento

Dos bases había sospechado para la regeneración de mi patria: la educación de los actuales habitantes, para sacarlos de la degradación moral y de raza en que han caído, y la incorporación a la sociedad actual de nuevas razas. Educación popular e inmigración.

Esta frase, de Las ciento y una, es clave porque articula de manera sintética dos temas que suelen escindirse en las lecturas de Sarmiento.

Sabemos que Sarmiento es una figura incómoda. Elías Palti, en una clase de este año, describió esta incomodidad como la necesidad de mucha gente de decidir si Sarmiento era un tipo bueno o un tipo malo. ¿Es bueno por su obra en favor de la educación pública y universal, por su proyecto monumental de bibliotecas populares, por sus ideas de democracia? ¿O es malo por su racismo, por su desprecio a los pueblos indígenas, a los campesinos, a las clases populares, y en general a todo lo que no viniera de Estados Unidos o Europa? Disyuntiva que, cuando no se resuelve en apologías o denostaciones, se trata de resolver apelando a que, en realidad, Sarmiento era un tipo contradictorio, «un poco bueno y un poco malo», «a veces bueno y a veces malo», «con cosas buenas y cosas malas», siguiendo la caracterización que presenta Palti de historiadores como Felipe Pigna.

Palti hace esta puntualización para aclarar que su interés está en otro lado, en aspectos más sustanciales de la obra de Sarmiento. A mí lo que me interesa ahora es quedarme en ese dilema y abordarlo a la luz de la cita que copié de Las ciento y una. Esa cita concentra ideas que Sarmiento repite y elabora una y otra vez con asombrosa consistencia: que la educación pública, así como las bibliotecas populares, son un medio para combatir la cultura de las razas que él considera bárbaras e inferiores.

Darío Roldán habla de la «utopía pedagógica» por la magnitud del proyecto, que consistía ni más ni menos que en transformar la identidad de una nación. ¿Cómo? Haciendo a la gente entrar en la escuela para sacarla unos años después de un modo diferente del que era. Para crear nuevas condiciones sociales y culturales, es necesaria la educación pública, son necesarias las bibliotecas.

Dice Roldán: «La escuela tiene un propósito cultural: producir la adaptación de la sociedad al modelo político del posrosismo. Alfabetizar, pero sobre todo producir una transformación cultural (…) La utopía pedagógica es la respuesta a la barbarie (…) La ambición de Sarmiento es la de reconstruir una sociedad y transformar sus tradiciones culturales para adaptarlas al régimen político que él encuentra deseable.»

En otras palabras (esto ya no lo dice Roldán), la educación universal y las bibliotecas son la continuación de la guerra, son lo que va a consolidar en el largo plazo la victoria militar, junto con la inmigración. El objetivo, de proporciones descomunales, es aniquilar la cultura de millones de personas que vivían en un territorio inmenso y reemplazarla por otra cultura. La aniquilación de una cultura entendida como cultura de la vagancia, de la violencia sanguinaria, de la suciedad, del desorden, del atraso, de la opresión, de la ignorancia, del hambre, de la superstición, de la tiranía, y el reemplazo por otra cultura del trabajo, de la violencia racional, de la limpieza, de la disciplina, del progreso, de la libertad, de la ilustración, de la abundancia, del pensamiento científico, de la república. Los valores de un capitalismo joven que maravillaron tanto a Sarmiento cuando visitó por primera vez Estados Unidos.

No hay contradicción entre racismo y educación universal. El proyecto de Sarmiento se deriva perfectamente de sus postulados. La coherencia interna, que en otros casos no es el lado fuerte de Sarmiento, en este caso es perfecta.

Una vez desplegada la lógica del proyecto, ver el «lado bueno» y el «lado malo» de Sarmiento, como una especie de Jekyll y Hyde criollo, es más revelador de nuestras propias limitaciones conceptuales, de nuestras propias mistificaciones, que de la bondad, maldad o contradicciones de Sarmiento. Es que su lado bueno y su lado malo son piezas coherentes de un mismo proyecto.

Por supuesto, esto no encaja si creemos que entre la educación universal y el desprecio por las clases populares hay un abismo, o si creemos que las bibliotecas populares no pueden ser parte de un mismo programa junto con el racismo y las guerras de aniquilación. El desafío que tenemos es precisamente pensar el problema que la coherencia de Sarmiento nos trae.


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