Hace dos años publiqué un post sobre la vida después de la revolución. Hoy leo en el libro de Terry Eagleton Por qué Marx tenía razón, de 2011, una idea similar a la que traté de desarrollar en ese post.
El libro de Eagleton responde algunas objeciones típicas, basadas en el sentido común, de quienes se oponen al comunismo. Una de las objeciones, a la que Eagleton le dedica un capítulo, es que el marxismo es un sueño utópico e ingenuo:
«Cree en la posibilidad de una sociedad perfecta, sin penurias, sufrimiento, violencia ni conflicto. En el comunismo no habrá rivalidad, egoísmo, sentimientos posesivos, porfías competitivas ni desigualdad. Nadie será superior ni inferior a nadie. Nadie trabajará, los seres humanos convivirán en perfecta armonía y el flujo de bienes materiales será interminable.»
Eagleton desmiente que Marx haya propuesto algo así. De hecho, Marx combatió los planteos utópicos. Para Eagleton, no hay nada que permita prever que en una sociedad comunista no haya agresividad, conflicto o maldad:
«Cabría esperar, pues, que toda institución socialista tuviera también sus oportunistas, sus aduladores, sus aprovechados, sus tramposos, sus holgazanes, sus parásitos, sus chupasangres y hasta algún que otro psicópata ocasional. Nada hay en los escritos de Marx que dé a entender que esto no sería así.»
Pero hay algo que complica todavía más las cosas:
«Además, si el comunismo consiste en la participación de todos y todas en la vida social y en la máxima medida de lo (en ellos y en ellas) posible, es de esperar también que aumenten los enfrentamientos en lugar de disminuir, ya que serán más los individuos implicados en la acción.»
A esto mismo me refería yo cuando escribí:
«Si la propiedad de los medios de producción ya no es privada, y si el trabajo se organiza de manera democrática, hay una exposición mucho más grande que en el capitalismo a las relaciones políticas, que son capaces de generar infelicidad, y mucha. Mientras que las relaciones mercantiles generan la ansiedad de validar la mercancía en el mercado, la paranoia de ser estafados, la cosificación de las personas que nos rodean y la necesidad de competir de manera salvaje, las relaciones socialistas implican el sufrimiento de la negociación, de la decisión democrática que necesariamente es dificultosa y muchas veces insatisfactoria. Nos liberamos de la infelicidad de cumplir mecánicamente las órdenes despóticas del patrón, que dispone de nuestra fuerza de trabajo para exprimirnos y obtener ganancias a costa nuestra, pero nos vemos forzados a aprender los procesos en los que trabajamos, a discutir con nuestros iguales, a involucrarnos en conflictos que pueden llegar a callejones sin salida.»
Si el comunismo no trae bajo el brazo el fin del conflicto humano, y peor aún, agrega una nueva fuente de infelicidad, sigue siendo deseable porque elimina la explotación salvaje del sistema actual y porque, con su nuevo pacto social, es capaz de canalizar mejor las pulsiones humanas de manera que generen menos sufrimiento. Dice Eagleton:
«Seguirían existiendo la envidia, la agresividad, la dominación, el carácter posesivo y la competitividad. Lo que sucede es que ya no podrían asumir las formas que asumen bajo el capitalismo, y no porque la virtud humana sería superior en ese caso, sino porque habrían cambiado las instituciones (…) La virtud, por así decirlo, está incorporada a los procedimientos (…) No habríamos de transmutarnos en ángeles así porque sí. Pero sí se habrían suprimido algunas de las raíces causales de nuestras deficiencias morales. En la medida en que eso es así, resulta en el fondo razonable afirmar que una sociedad comunista tendería en general a producir mejores seres humanos que los que podemos reunir en este momento. Eso sí, seguirían siendo falibles, proclives al conflicto y, en ocasiones, brutales y malvados.»
Esta idea de la virtud incorporada a los procedimientos se conecta con el pasaje profundamente materialista de Freud que cité en mi post anterior, donde dice que, para contener la agresividad humana, es «indudable que un cambio real en las relaciones de los seres humanos con la propiedad aportaría aquí más socorro que cualquier mandamiento ético». Aunque recordemos que Freud alerta, también, sobre el «desconocimiento idealista de la naturaleza humana» que percibe en los socialistas cuando soslayan otras fuentes de conflicto y violencia, como la sexualidad o las diferencias de poder e influencia.
Por eso, creo que este capítulo (así como otros) del ensayo de Eagleton puede leerse no solo como una respuesta a hombres de paja construidos de mala fe por anticomunistas poco honestos, sino también como un llamado de atención a la propia militancia de izquierda para no caer en posiciones peligrosamente simplistas.
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