Una forma del chiste en Borges y Piglia

En abril de 1958, Borges le cuenta a Bioy Casares que lo invitaron de la embajada de Israel a un evento en el teatro Colón: «Vi que era con frac y no fui. Qué raro si hubiera alquilado un frac y al llegar al Colón descubriera que el embajador era el que me había alquilado el frac. Qué raro si toda la fiesta se hubiera organizado para alquilar muchos fracs». Bioy registra en su diario la ocurrencia de Borges, a mitad de camino entre el chiste de judíos y la parodia de su propia timidez.

En 2013, Ricardo Piglia cuenta que en los años 80 Vargas Llosa fue a la casa de Borges a entrevistarlo. Como el departamento es modesto, Vargas Llosa le dice: «Borges, pero cómo puede ser que usted viva en este departamento». Borges se ofende y al día siguiente comenta: “Vino un peruano, que debe trabajar en una inmobiliaria, porque quería que yo me mudara”.

Piglia respalda la anécdota diciendo que puede leerse en una entrevista a Vargas Llosa en Paris Review. Sin embargo, el remate, que es lo que me interesa, no figura por supuesto en la entrevista de Paris Review. Es probable que lo haya inventado Piglia, pero es creíble porque tiene la misma estructura del chiste de Borges del año 58.

El procedimiento de Borges y Piglia es infinitamente replicable. Por ejemplo:

  • «Mi cuñado Ernesto me pregunta por qué, teniendo la posibilidad, no me compro un auto. Para mí que Ernesto va a comisión con una concesionaria.»
  • «Nos encontramos en una fiesta con la doctora Sanabria, que le dice a mi hermana que siempre está tan sobria sin maquillaje. Mi hermana después comenta: ‘Me parece que de la cartera le asomaba una revista de Avon’».
  • Etcétera.

Los elementos son:

  1. La anécdota inicial en que la modestia, la timidez o la discreción del protagonista es vulnerada por una interpelación frívola o vulgar.
  2. La resolución inesperada en la que el protagonista, en lugar de señalar la frivolidad del interlocutor, le atribuye, en un giro paranoico, una intención comercial.

La atribución errónea subraya la frivolidad de la otra persona y, en los relatos de Borges y Piglia, el efecto es mayor porque quien termina degradado como alguien sin pensamiento propio, como un comerciante dominado por una lógica ajena a la conversación, es una persona de prestigio, un embajador o un escritor famoso. Ya en el Arte de injuriar, Borges sugería que los términos mercantiles o burocráticos, aplicados a un escritor, sirven para avergonzarlo.

El procedimiento tiene la virtud de ser muy gracioso (se nota en cómo se ríe la gente con la anécdota de Piglia) y de que puede usarse tanto para la injuria como para desnaturalizar clichés sociales.


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