Quizás todas las familias tienen un personaje famoso. O quizás no, y el hecho de que en la familia de Mariana y en la mía haya personajes famosos es solamente una coincidencia. Cuando digo «famosos» no me refiero a estrellas. Tampoco estoy seguro de que «famosos» sea la mejor palabra. Se podría decir que fueron notorios, destacados, especialmente buenos en lo suyo. En todo caso, dignos de que la familia construyera historias alrededor de ellos.
Su nivel precario de fama, sin embargo, o, quizás, el hecho de que el prestigio que alcanzaron tuvo su punto más alto hace ya varias décadas, conspiraron contra su mención en Wikipedia. Después de postergarlo durante años, en los últimos meses por fin Mariana y yo nos dedicamos a redactar las biografías de ellos para la posteridad. Carlos Fossatti, el artista plástico, y Luis Pentrelli, el futbolista.
Por un lado, el «grabador y teórico militante del Club de Grabado en los años 60», que «por su potencia formal, por su rudeza técnica y por el aura fantasmática de sus figuras, se desmarca claramente del resto», según Gabriel Peluffo Linari.
Por otro lado, el «jugador de fútbol hábil e inteligente, aunque no demasiado famoso», que, sin embargo, llegó a «formular un credo, un evangelio», según Juan Sasturain.
Fossatti fue el abuelo de Mariana. Pentrelli es mi tío abuelo. Jamás los conocimos, solamente sabemos de ellos a través de otros: nuestros papás, nuestras abuelas. Mariana tiene algunas ventajas: comparte el apellido, guarda algunos de sus grabados. Yo apenas soy el nieto de una de las tantas hermanas de Pentrelli. Fossatti, además, era artista, y para personas como Mariana y yo, que por muchas razones que no vienen al caso valoramos mucho más la actividad intelectual que la deportiva, los artistas ocupan una jerarquía superior a los futbolistas.
Pero Pentrelli no fue cualquier futbolista. Es un caso especial. No por haber jugado en Italia, no por haber llegado a la Selección Nacional. Es un caso especial porque su mayor logro, su verdadero aporte a la humanidad, estuvo en el plano de las ideas. Es ni más ni menos que el inventor de una frase que tuvo «destino de bronce, de disuelta memoria colectiva». Toco y me voy, su máxima sencilla y profunda, el lema que no tardó en desprenderse de su autor para pasar a ser de todos.
Recién hoy, con un poco de perspectiva, puedo asombrarme de la naturalidad con que se comentaba en las reuniones familiares su genio inesperado. Nadie nunca mencionó ni pareció darse cuenta de la extravagancia del logro conceptual espontáneo que había alcanzado el tío futbolista. Más bien, las conversaciones preferían centrarse en la vuelta de Italia y el maltrato que sufrió de algunos parientes, maltrato que lo alejó a provincias difusas de la Argentina e hizo perder su rastro a fines de los sesenta.
Pentrelli vive todavía. Después de que redacté en Wikipedia una primera versión precaria de su biografía, un usuario anónimo agregó detalles que ayudan a esclarecer su vida más reciente.
Fossatti, en cambio, se murió antes de que Mariana naciera. Las historias que hay de él son sobre costumbres bohemias y traiciones amorosas. Sus últimos años también son oscuros para la familia, con un recorrido por Francia que lo único seguro es que terminó en Toulouse a principios de los ochenta. Quedan sin embargo sus grabados, que todavía están en una pared de la abuela, en algunas ferias callejeras de Montevideo y, desde hace un tiempo, también en MercadoLibre.
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