En el capítulo 22 del primer tomo de El Capital, Marx se detiene en una de las tantas contradicciones del capitalismo. La clase capitalista, por un lado, se esfuerza por reducir el salario de los obreros al mínimo posible, pero, por otro lado, necesita que efectivamente exista un salario, porque si este fuera de cero pesos, el obrero no se sometería voluntariamente a la explotación:
Si los obreros pudieran vivir del aire, tampoco se los podría comprar, cualquiera que fuere el precio. La gratuidad de los obreros, pues, es un límite en el sentido matemático, siempre inalcanzable, aunque siempre sea posible aproximársele. Es una tendencia constante del capital reducir a los obreros a ese nivel nihilista.
Más allá de la ironía del comentario final (una de las cosas más divertidas de Marx es su humor negro), esta observación bastante sencilla del rol del salario tiene, creo, una importancia gigantesca para la discusión sobre la renta básica.
Por cierto, no existe una definición única de renta básica. Y como el diablo está en los detalles, la renta básica puede ser, dependiendo de cómo se la entienda, parte de un programa revolucionario o una herramienta para profundizar la explotación de la clase trabajadora.
Entendida como un ingreso básico universal que cubre la totalidad de los medios de subsistencia de cada persona (alimentación, salud, vivienda, vestimenta y todos los bienes y servicios básicos que hacen a un nivel de vida digno), la renta básica es incompatible con la naturaleza del sistema capitalista. Si las personas tuvieran los medios de subsistencia cubiertos, no tendrían la necesidad de dejarse explotar. No habría incentivo para malvender la fuerza de trabajo ni para consentir que un capitalista, sin trabajar, se quedara con la mayor parte de la renta de nuestro propio esfuerzo. El sistema entraría en crisis, no podría funcionar. Y no cabe esperar que los capitalistas admitan de buena gana su ruina. Por eso, dado que la renta básica no es compatible con un sistema basado en la explotación capitalista de la fuerza de trabajo, requiere previamente una revolución.
Resultados muy distintos se pueden esperar de la renta básica entendida como un ingreso que no cubre la totalidad de los medios de subsistencia. Así, de hecho, es como la conciben los apologetas neoliberales, que propagandean el desmantelamiento de los servicios de salud y educación públicos y gratuitos a cambio de una pequeña suma mensual de dinero para las personas, que pasarían a comprar esos servicios básicos en el mercado. Así, se privatizarían y mercantilizarían muchos servicios esenciales que hoy se prestan fuera de la lógica de mercado. Los capitalistas, por su parte, podrían bajar los salarios sin demasiada resistencia, dada la existencia de un efectivo compensatorio en los bolsillos de los trabajadores. Y estos últimos, por supuesto, serían los más perjudicados porque los servicios sociales que antes recibían de manera incondicional, ahora pasarían a depender de su capacidad de pago.
No debemos confiar entonces en que la clase capitalista admita de buena gana una renta básica genuina ni cualquier otra alternativa que libere a los trabajadores de la necesidad de vender su fuerza de trabajo y de sufrir la explotación. Al mismo tiempo, tenemos que estar atentos para contrarrestar cualquier intento de avance neoliberal disfrazado de una renta básica de mentira. Y tenemos que seguir peleando para una revolución que si bien ya lleva varios siglos demorada, no por eso es menos urgente.
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