Según Freud, existe en la vida orgánica una compulsión inherente por restaurar un estado anterior de cosas (es decir, el estado inorgánico) que la materia viviente fue obligada a abandonar bajo la presión de fuerzas exteriores perturbadoras. Esta tendencia regresiva sería una expresión de la inercia en la vida orgánica. Freud se anima a la siguiente explicación hipotética: en la época en que la vida se originó en la materia inorgánica, se generó una tensión de la que el organismo recién nacido procuró aliviarse regresando a la condición inorgánica. En el primer estado de la vida orgánica, morir era muy fácil. Los chispazos de vida se apagaban tan pronto como aparecían. Pero gradualmente, influjos externos (relacionados con la historia geológica de la Tierra) obligaron al organismo a tomar caminos más largos y complicados hacia la muerte.
Resumiendo, el ente vive una tensión irremediable a partir del nacimiento del estado orgánico. Experimenta que la vida es menos satisfactoria, más dolorosa, que el estado precedente y trata de aliviar el trauma de la vida mediante la regresión.
Es decir, habría algo así como un «deseo» de la materia en su conjunto, no solo de la materia viva sino también de la inorgánica. Y además habría una continuidad y una no diferencia esencial entre lo orgánico y lo inorgánico, que es lo mismo que decir entre las rocas y cada uno de nosotros.
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