“Yo tuve un profesor que me caía muy bien y que aseguraba que la tarea de la buena escritura era la de darle calma a los perturbados y perturbar a los que están calmados.”
Un grande David.
“Yo tuve un profesor que me caía muy bien y que aseguraba que la tarea de la buena escritura era la de darle calma a los perturbados y perturbar a los que están calmados.”
Un grande David.
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En este post hago una breve reseña de películas documentales sobre la industria de la alimentación. La primera que vi es Food Inc., que estuvo nominada este año al Oscar. No es una gran película, aunque de todas maneras fue el primer lugar donde vi imágenes sobre la cría industrial de pollos, vacas y cerdos, además de que bosqueja críticamente (de un modo bastante simplista y melodramático, eso sí) muchos de los temas que hacen al debate del problema:
– El problema de las patentes en agricultura y ganadería.
– El problema de los riesgos que una producción basada en el principio de la maximización de ganancias trae para la salud de la gente.
– El problema del hacinamiento de los animales.
– El problema de los lobbies de las empresas multinacionales.
En El futuro de la comida encontré una mirada también crítica, centrada sobre todo en el tema de las patentes de semillas transgénicas. Principalmente, le da con un caño a Monsanto, que presiona a los gobiernos para que le otorguen el monopolio de las semillas, para eludir controles, para prohibir los etiquetados de productos, y que persigue a los agricultores al mejor estilo far west.
Como el asunto me resultó interesante, me atraganté con más películas sobre el tema. Busqué una mirada menos «yanqui», a ver qué pasaba. Me encontré con Nuestro pan de cada día, que, a diferencia de las dos películas anteriores, es austríaca y no tiene un narrador en off que nos arenga. Solamente muestra imágenes de los campos y las fábricas donde se produce la comida. El resultado logra tener más fuerza que las películas anteriores. El acento está puesto en la tecnificación absoluta de los procedimientos y, sobre todo, en la cosificación de los seres vivos, algo que es más escalofriante que la mera crueldad.
Y por último, como ya estoy obsesionado con el asunto, ayer vi Nosotros alimentamos al mundo, una película alemana que, si ya viste todas las anteriores, no sé si aporta demasiado. De todas maneras, el enfoque del director es un poco distinto. Lo que hace es buscar a distintas personas involucradas en el asunto (agricultores, pescadores, ganaderos, campesinos, directivos de multinacionales, etc) y dejarlos hablar, un poco al estilo de Mondovino. Lo más interesante, quizás, está en los diez minutos finales, donde el director ejecutivo de Nestlé nos dice qué piensa sobre la industria alimenticia, qué piensa sobre el acceso al agua, qué piensa sobre el trabajo, qué piensa sobre las relaciones humanas y sobre el mundo.
Y, por último, ya que mencioné Mondovino, a pesar de que la vi hace bastante tiempo, no puedo dejar de recomendarla entre los documentales imprescindibles sobre el tema de los alimentos. Probablemente sea, en sentido cinematográfico, mejor película que todas las demás. Se centra en el negocio del vino. El director va persiguiendo a todos los personajes que componen la industria hasta darte una idea de cómo se organiza a nivel mundial. Por supuesto, la cosa no es demasiado bonita. Pero uno se puede reír (o llorar) un rato escuchando al asesor en enología más importante del mundo o a las familias de aristócratas venidos a menos de la producción de vino de Europa. Así y todo, es una película que está hecha con mucha ironía y con mucha ternura.
PD: Otro documental tentador (que todavía no vi) es El mundo según Monsanto.
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Para decirlo de una vez: el sistema actual de derechos de autor (y de propiedad intelectual en general, pero ese es otro tema) es nefasto. No solo dificulta, con barreras artificiales, el acceso de las personas a los bienes culturales, sino que, peligrosamente, criminaliza a la sociedad en su conjunto, dejando una puerta legal abierta para que las instituciones de control ejerzan su poder cuando les parezca y contra quienes les parezca.
Contrariamente al discurso que instauraron y que defienden los organismos de “derechos de autor” y las grandes empresas que se benefician del copyright, éste no sólo no beneficia a la inmensa mayoría de los autores, sino que los perjudica claramente. Como dice Javier Calvo en este artículo, es hora de que los creadores empecemos a hacernos cargo de construir un nuevo modelo de negocio.
En palabras de Courtney Love, “los artistas han estado cediendo su música gratis bajo el viejo sistema, entonces la nueva tecnología que expone nuestra música a una audiencia más grande sólo puede ser algo bueno”. Dicho de otra manera, nada puede ser peor que el modelo actual para los autores. En el caso de los escritores, por poner un ejemplo, trabajan gratis, o incluso les pagan a las editoriales por ser publicados. En el mejor de los casos, un escritor uruguayo reconocido firma un contrato con Alfaguara y gana 1000 dólares por novela. El autor es, en todos los casos, la parte menos beneficiada del negocio cultural.
Por eso, es esencial que los autores movilicemos nuestras fuerzas en dos direcciones.
Por un lado, la emancipación con respecto a las empresas que monopolizan la industria cultural. Para esto, es necesario desarrollar conocimiento y herramientas para un nuevo modelo de negocio basado en la autogestión / autoedición, los eventos y performances en vivo, las conferencias, seminarios, conferencias y eventos on-line, etc. Aquí es donde tenemos que juntarnos y sumar ideas.
Por otro lado, la práctica del licenciamiento copyleft. Los autores debemos entender que el libre acceso a los bienes culturales por parte de los ciudadanos, su difusión más allá de fronteras sociales, económicas y geográficas y la posibilidad de que cualquier persona pueda contribuir al desarrollo de la sociedad a partir de las aportaciones de otros individuos, no solo beneficia a la sociedad como conjunto sino también a nosotros mismos. Nos da independencia con respecto a las empresas distribuidoras y favorece las formas adyacentes, ya mencionadas, de generar recursos sin ser explotados.
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Hay muchos ejemplos de cómo el sistema de producción actual obstruye el avance tecnológico y el camino hacia la satisfacción de necesidades. Esa obstrucción les permite a las grandes empresas un mayor control de la producción y un mayor monopolio. Un ejemplo típico es el de las empresas telefónicas, que con los mensajes de texto en los celulares, retrotraen la realidad tecnológica a la de los extintos aparatitos de radiollamada, cobrando infinitamente más caro el acceso a servicios como el correo electrónico o las llamadas de voz. Mucho peor, las telefónicas ponen mil y una trabas a la comunicación por Internet; está claro que hoy en día cualquier comunicación de voz y video podría ser gratuita, pagando solamente el costo de la conexión a Internet, pero ellos prefieren seguir cobrando aparte por algo que está claro que puede ser gratuito.
Opino que la TV digital es otra de las grandes estafas de nuestro sistema de producción. Disfrazada de gran avance tecnológico, con el argumento de que permite meter en el mismo espectro de ondas muchas más señales de mayor definición, la TV digital llega con todo, obligando a que se produzcan millones de nuevos decodificadores, televisores, etc, compatibles con la nueva norma. Lo que nadie dice es que en la actualidad ya existe un sistema mucho más barato y rápido y eficiente para la TV que es Internet.
Y lo que es peor. La TV digital no solo tiene mayores gastos de producción (y por lo tanto mayor energía usada y por ende mayor despilfarro de recursos naturales) que el desarrollo de la TV por Internet, y no solo obliga a las personas a gastar dinero en nuevos aparatos para tener el mismo servicio, sino que además es mucho más injusta. Si bien permite que haya más señales que las actuales (el actual sistema de televisión es infame por la concentración salvaje de la oferta), la oferta sigue siendo reducida, y para poder tener un canal de televisión sigue siendo necesario invertir mucho dinero, cosa que está al alcance de las grandes empresas. En cambio, la TV por Internet permite que casi cualquiera (por no decir cualquiera) pueda armar su propio canal y transmitir para todo el mundo. Y no solo eso, sino que no hay ninguna limitación de ondas, por lo cual la cantidad de canales en la red es potencialmente infinita, permitiendo, además, liberar las ondas utilizadas actualmente en la TV para otros fines útiles.
Por eso, yo creo que es necesario apoyar la televisión por Internet. Por supuesto, la TV digital se va a implementar, van a vender sus aparatitos, van a seguir tratando de controlar la opinión pública, van a seguir poniendo trabas al desarrollo de una Internet más accesible a todos, etc. Pero depende de nosotros apropiarnos de los medios que nos van a traer más libertad.
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Atormentado por el tema que comenté en el post anterior, me hallaba en una nube de confusión, hasta que Mariana me hizo llegar un texto de Enrique Martínez, ingeniero del INTI, llamado «Produzco lo que consumo. La atención de las necesidades básicas como motor de desarrollo». Este texto, que habla de la necesidad de considerar el acceso al alimento como un derecho, y por lo tanto algo no sometido al mercado, plantea una visión de desarrollo muy interesante, que es abiertamente formulada en otro texto del mismo autor: «Qué es bueno, qué es mejor. La medida del progreso en economía».
La idea del texto es cuestionar la concepción de que el PBI es la medida del desarrollo. Si tomamos al PBI como índice del desarrollo y como meta de un país, vamos a tender a hacer cosas tales como arancelar las universidades, eliminar a los agricultores de subsistencia, cobrar por el acceso a la salud, y, sobre todo, a destruir el ambiente. El autor propone, entonces, modificar la construcción del índice, pero no sólo eso, sino también incluirlo dentro de un triángulo más abarcativo, que incluya tres patas que midan:
La justificación teórica de Martínez es arrolladora. Destruye los argumentos de los liberales que defienden la teoría del crecimiento económico infinito y el derrame. A la vez, enmarca el problema del medio ambiente y de la justicia social dentro de una perspectiva económica (y no simplemente de ética voluntarista, como algunos grupos políticos o ecologistas).
En definitiva, el crecimiento del PBI no es medida de desarrollo. Tampoco lo es un buen coeficiente Gini, ni un bajo nivel de pobreza por sí solo. En todo caso, el desarrollo es algo así como qué tanto satisfacemos las necesidades de la gente, de forma más o menos equitativa y justa, y sin comprometer (a través de la destrucción ambiental) los recursos de que dispone la sociedad. Al menos así lo entendí. Al menos así me gustaría que fuera.
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Hay algo del pensamiento de izquierda que me confunde. Es que noto que hay dos clases de pensamiento de izquierda. Por un lado, leo muchas veces en Página/12 a economistas como Zaiat que hablan de que lo mejor para un país como Argentina es estimular el consumo interno, cosa que va a reducir el desempleo, impulsar la producción nacional y el crecimiento económico y, por ende, aumentar la recaudación fiscal, lo cual permitirá que un gobierno desarrollista pueda implementar medidas sociales.
Por otro lado, veo documentales como este (que obviamente también son de izquierda) que hablan de que uno de los problemas fundamentales de nuestra sociedad es que estimula absurdamente la extracción salvaje de recursos, el consumo alocado y la producción de desechos. Este pensamiento llama a un consumo más responsable y moderado, que hará de nuestro mundo un lugar sustentable, pero que, desde la perspectiva de los economistas anteriores, haría seguramente que se detenga el crecimiento económico, que suba el desempleo y que, por lo tanto, haya más pobres e indigentes y miseria.
Es decir que, por lo poco que entiendo del tema, ser de izquierda hoy es una encrucijada sin solución. Si queremos eliminar la pobreza, no hay, bajo el sistema de producción actual, ninguna opción más que estimular urgentemente el consumo. Y si queremos tener un mundo habitable, donde no haya desplazados ambientales (que son siempre los más pobres) ni catástrofes ecológicas, es necesario reducir urgentemente el consumo.
Entonces me pregunto: ¿Debo alegrarme cuando Zaiat muestra y analiza los datos de crecimiento económico, e incluso brinda ideas para que haya todavía más y más crecimiento? ¿Debo pensar que eso va a solucionar los problemas de la gente? ¿O debo pensar que todo ese discurso es una gran mierda y que acá, con los recursos actuales y la producción actual, sin crecimiento económico y con una distribución justa (pero justa en serio), esto se soluciona?
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El porno amateur es esencialmente distinto del porno industrial. Por momentos, el porno amateur logra inquietar, perturbar, revelar cuestiones profundas. En el porno amateur, al igual que en el arte, hay drama. Quizás por eso tiene tanto éxito.
Un solo ejemplo. Una partuza. En un video porno industrial, diez personas cogen, todos contra todos, cubriendo el abanico de agujeros posibles. En un video amateur, dos personas están cogiendo en un living. Una persona enciende la cámara de su celular y empieza a filmarlas. Los que cogen miran alternativamente a la cámara y a otro lugar, a donde enseguida gira la cámara, que ahora muestra a otras ocho personas, algunas riéndose, señalando, gritando y festejando, otras simplemente sonrientes, atentas, con un vaso de whisky, y un poco más lejos, un chico solo, callado, incómodo… Ahí ya hay un drama. Hay una historia, una espesura psicológica, motivaciones, deseos, inhibiciones. ¿No es un poco de eso que trata el arte?
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Porque el matrimonio de siempre carga en su historia el tufo de la esclavitud y de la opresión y del sufrimiento. Y porque el matrimonio gay llega con todos los aires de la igualdad y de la libertad.
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